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Infierno, purgatorio y pascua: la Distonia Focal Por Francisco Flores

Mi historia con la distonía focal empezó en mayo de 2012 pero los antecedentes del problema se gestaron mucho antes. Comparto esto debido a que un colega guitarrista me contactó para pedirme que le compartiera mi experiencia porque él también está pasando por este mal. Por lo tanto, ahora escribo esta confesión con el fin de que pueda servir como apoyo a cualquier músico que experimente problemas al tocar (sea distonía o no), para que sepa que no está solo y que siempre existen soluciones.

Cuando inicié mi camino como amante y practicante de la guitarra, era poseedor de un temperamento introvertido y tímido, con ciertos conflictos de autoestima, pero a la vez, una muy buena musicalidad y una gran curiosidad y capacidad de asombro frente al arte de los sonidos. Esta conjunción me llevó a experimentar, cuando subí por primera vez a un escenario, que ese era mi mundo, que en ese lugar yo podía ser exactamente la persona que era, podía ser yo sin temor al juicio o al menosprecio, sino que por el contrario, recibía aprecio, valoración e incluso amor.

Bajo esta creencia, ingresé al Conservatorio Nacional de Música en 1994, con resultados que auguraban una carrera brillante, bajo la guía docente de los mejores maestros de instrumento y materias que cabía esperar de una institución profesional y recibiendo siempre comentarios felices. Sin embargo, ante una carencia absoluta de guía en lo personal, durante mi estancia en esta Institución, me permití contagiarme de un pensamiento esnobista muy prevalente en el ámbito de la música académica, que, disfrazado de perfeccionismo y crítica nihilista, me llevó a despreciar géneros musicales y a perder el placer de escuchar a los demás e incluso a mí mismo, pues siempre, todo, estaba mal tocado, excepto claro, cuando el intérprete era alguno de los dioses de la guitarra (frecuentemente extranjero).

Por otra parte, la adquisición a destiempo de responsabilidades familiares, aunada al temor por tocar en el que se convirtió mi cacería de errores a la que yo le llamaba “tocar guitarra”, me condujo a explorar otros géneros, instrumentos musicales y modos de vivir la música, con afortunadamente, resultados productivos y vivencias abundantes e intensas de toda índole.

Recuerdo que en 2009, después de haber dirigido coros de iglesia, orquestas de cumbia y salsa, y una diversidad de grupos musicales en los que tocaba indistintamente piano, bajo o percusiones varias, cuando sucedió aquel parón nacional motivado supuestamente por la influenza AH1N1, tomé la decisión de retomar mi carrera como guitarrista; volví a estudiar mi amado instrumento y a practicar en él la mayor cantidad de horas posible.

En consecuencia, empezaron a suceder cosas interesantes: aprobé un examen de guitarra requerido por la academia para la que he trabajado desde el año 2000, acompañé a personajes importantes del medio teatral en temporadas y puestas en escena diversas, viajé, gané dinero, tuve nuevamente una gran cantidad de experiencias, pero esta vez debidas a mi instrumento.

Sin embargo… había un pendiente: a pesar de estar en un gran momento musical (estudiaba en promedio 4 horas diarias y tenía abundantes conciertos y presentaciones de índole diversa) continuaba con esa inútil actitud snob de estar a la cacería de errores, lo que me llevaba a no poder disfrutar de los conciertos o presentaciones que tuviera; era incapaz de ver mi progreso pues sólo veía cualquier error que pudiera aparecer en el concierto o presentación, y entonces, enjuiciaba mi ejecución como muy mala, y consecuentemente sufría al momento de tocar en un concierto pues, permanentemente estaba en un conflicto interno entre mi juicio de “toco muy mal” y mi necesidad vocacional de tocar. Así fue como llegué a la distonía focal. Recuerdo que fui invitado por otro guitarrista a tocar en la UAM Iztapalapa y posteriormente, fui con él a festejar y bebimos muchísimo (pasamos toda la noche en Garibaldi); dado que no llevaba suéter ni nada con qué cubrirme, experimenté mucho frío.

Al día siguiente, después de dormir, desperté con la típica sensación de “cruda” en los brazos; pero permaneció en la mano izquierda durante días… una sensación de cansancio, debilidad y carencia de control… Posteriormente, detecté una sensación extraña en el dedo meñique, una especie de adormecimiento en el pliegue entre la segunda y tercer falange del dedo meñique, pero no le di importancia porque a lo largo de mi vida como estudiante y después como músico, tuve diversas dolencias que siempre dejé pasar sin brindarles mayor atención.

El momento decisivo fue un sábado, en el que, dando clase, vi a un alumno tocar con muchísima tensión, e intenté mostrarle cómo debía hacerse la escala que estaba practicando (era una escala totalmente rutinaria, que yo realizaba sin mayor problema y a velocidad de vértigo) y no la pude ejecutar en varias veces que lo intenté, porque el dedo 4 no llegaba a la cuerda y en consecuencia, no sonaban las notas que ese dedo debía pisar; puedo decir que ese ha sido uno de los momentos más horrendos de mi carrera musical y carezco de palabras para expresar lo que sentí.

Por aquel entonces, estaba empezando a preparar el último examen de control de calidad del sistema de enseñanza que pertenece a la empresa para la que trabajo y a partir de la experiencia anterior, empecé a sentir que los dedos 3 y 4 se contraían (“se caen”, era la descripción que usaba en ese momento) y no llegaban a las cuerdas que necesitaba pisar. Esto me sorprendía, y a la vez me causaba miedo, pero me consolaba deseando “que se me pasara”.

Además, en ese mismo mayo de 2012, recibí la invitación por parte del Director Musical de la misma empresa para tomar el cargo de Coordinador Nacional del Curso de Guitarra Acústica, y acepté con gran ilusión y entusiasmo pues vi la gran oportunidad de aportar a la mejoría de muchas situaciones que previamente había criticado. En junio de ese año tomé posesión del cargo y empecé a trabajar en él con disciplina y energía, pero a la vez empezaba a ver cómo mi capacidad de tocar se iba a pique pues cada vez, la pérdida de control era mayor. Uno de los mayores retos y conflictos internos que enfrenté fue el trabajar con maestros guitarristas de diversos lugares del país, pues no faltó la situación en la que alguno me requería una justificación para saber por qué yo había sido elegido para ese cargo y yo sólo pude agachar la cabeza, morderme los labios y agachar el ego pues ya no estaba en condiciones de tocar.

Aún así, organicé una reunión con la mayoría de los maestros en julio de ese año y al concluir toqué con ellos, experimentando internamente una debacle ocasionada por la pérdida de control en los dedos.

Además, en septiembre recibí una invitación de un gran guitarrista y querido amigo para suplirlo acompañando a una cantante maravillosa en la Feria del Rebozo y todavía en octubre fui a Monterrey como guitarrista acompañante de un genial y conocido actor en una tremenda puesta en escena de teatro cabaret. Estos dos eventos fueron a mi juicio catastróficos y marcaron el fin para mí. Regresando de Monterrey, en el avión, a punto de llorar, acepté finalmente que algo malo me estaba pasando y que necesitaba buscar ayuda. 

A partir de ahí, mi caída fue en vertical y llegó el momento en que sólo era colocar la mano izquierda en la guitarra para experimentar cómo los dedos anular y meñique se iban, de forma diabólicamente involuntaria y fuerte, a la palma de la mano por lo que ya no podía tocar ni siquiera dos notas seguidas.

Inicié mi peregrinación en búsqueda de ayuda: IMSS, naturismo, acupuntura, terapia con un especialista en medicina del deporte que me diagnosticó Síndrome del Túnel Carpiano y después tendinitis. Y yo, cada día más perdido, con una lucha interna bestial entre mis deseos de tocar y mi imposibilidad de hacerlo, entre mi ego que blasfemaba ante el atrevimiento de la vida y de Dios al hacerme pasar por esto a mí y mi ignorancia de todo al respecto, y por primera vez en la vida, creí que mi destino como músico había llegado a su fin. 

Finalmente, dos amigos a quienes siempre estaré agradecido me hablaron de una fisioterapeuta especialista en músicos: Sandra Romo, y yo fui a verla.

De arranque, puedo compartir que llegar a verla y experimentar su comprensión, fue un hito. Hasta ese momento, no había encontrado a alguien que al escuchar lo que me estaba pasando pudiera entenderlo o imaginarlo, quizá… ni mis padres, ni mi chica de entonces, ni los médicos o terapeutas diversos a quienes había visto previamente.

Así comencé un camino totalmente desconocido para intentar revertir la distonía focal. Implicaba reaprender a moverme, reaprender a conocerme, conocer mi cuerpo y mi pensamiento motor, mis motivaciones, mis hábitos posturales y de estudio, en fin, si tuviera que resumir esos casi 5 años de trabajo, diría que fue un proceso de autoconocimiento, en el que pasé por todas las etapas de duelo, en el que me vi imposibilitado para realizar la actividad que más feliz e infeliz me había hecho en la vida hasta ese momento, en el que experimenté de la forma más horrible que carezco de control sobre el universo. Más de una vez me desesperé, me autosaboteé, dejando de hacer los ejercicios recomendados por creer que ya todo se había acabado. Llegué a investigar la posibilidad de ingresar a otras carreras, lo cual generaba mayor frustración pues la motivación no era la adecuada.

Posteriormente, tras un par de años en los que recibí terapia empecé a notar cierta mejoría, pues gradualmente, empecé a recuperar la posibilidad de colocar la mano izquierda en la guitarra sin experimentar la sensación de contracción de los dedos 3 y 4 hacia la palma. En ese momento, ya sólo aparecía la sensación cuando intentaba tocar.

Ante esto, mi necesidad de controlar mi universo me incitaba a querer ‘a la de ya’ mi recuperación y así, en 2014 y 2015 organicé un par de conciertos en los que si bien, mi ejecución en la guitarra fue in poco deficiente aún, empecé a recuperar la emoción y la alegría por tocar.

En mayo de 2016, ante un evento en el que se me habría de requerir un buen nivel, experimenté una recaída debida a que, en mi esfuerzo por lograr el nivel, empecé a repetir los patrones de movimiento distónicos. En ese momento tomé una decisión radical: dejar de pelear con esto… 

Entonces, me compré un saxofón alto y empecé a estudiarlo, sin voltear a escuchar los prejuicios que alguna vez tuve en mi mente que gritaban la imposibilidad de que alguien de 40 pudiera llegar a tener éxito en un instrumento nuevo que jamás había tenido en las manos hasta entonces.

Sobra decir que en el sax, no experimento ningún malestar propio de la distonía; por lo que mi avance ha sido tan bueno como me lo permite el poco tiempo de que dispongo para estudiar. Mis hábitos de estudio son muy diferentes a los que realicé antes y en este momento, a dos años de haber iniciado, ya participo de proyectos en los que ejerzo como saxofonista. 

Por otra parte, además, a partir del momento en el que decidí dejar de pelear, mi progreso en la recuperación con la guitarra se ha detonado y actualmente ya puedo hacer música con eficacia, aunque aún falta más como para retomar una carrera concertística.

En este camino conocí a muchos músicos heridos por el mismo mal: violinistas, pianistas, guitarristas, fagotistas, etc., y recuerdo muy bien que en una de las sesiones comunitarias que Sandra Romo instauró como parte de los mecanismos de recuperación, una joven violinista dijo: “la distonía focal es lo mejor que me ha pasado en la vida”. Jamás estaré de acuerdo con ello porque para mí la distonía focal ha sido el terror más grande al que me he enfrentado. Gracias a él he exorcizado mis temores y ahora soy más libre porque no temo al fracaso ni a la violencia ni a nada, gracias a esta experiencia mis alumnos ahora tocan mejor, mucho más pronto y los experimento más felices con su proceso de lo que era antes de mi paso por este problema.

Para mí, sí, la distonía es un infierno, el décimo círculo infernal destinado para músicos egocentristas que dejan de lado su misión de iluminar con su arte al mundo por ir detrás de un ego monstruoso llamado “perfección”. 

Pero si tienes el valor de pasar por el purgatorio y te atreves a inmolarte en el sacrificio de querer dejar de controlar tu propio universo, de cambiar tus valores, tus hábitos de estudio y reaprender a ser un nuevo músico mucho más cercano al que eras de origen, es muy posible que llegues a la Pascua de volver a ser un músico pleno. Yo lo hice, y ahora, cada que me subo al escenario a tocar mi saxofón, soy inmensamente feliz!!!

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